Nuestro cuerpo está regido por el llamado sistema circadiano, que es como un reloj interno que controla cuándo debemos dormir, despertarnos y cómo funciona nuestro cerebro durante el día. Este sistema sigue dos procesos clave: el proceso S, que acumula la “necesidad” de dormir mientras estamos despiertos, y el proceso C, que sigue un ritmo interno y nos mantiene alerta en ciertos momentos del día, generalmente alcanzando su pico en la tarde.
Normalmente, estos dos procesos se coordinan para que nos mantengamos alerta durante unas 10-14 horas al día. Pero cuando dormimos mal o a destiempo (como cuando tenemos horarios de sueño desorganizados), esta coordinación se altera y afecta nuestra capacidad de concentrarnos, pensar con claridad y mantenernos despiertos sin sentir sueño.
Una de las formas más comunes en que esto se manifiesta es con la pérdida del ritmo circadiano, que ocurre cuando no mantenemos un patrón de sueño claro. En vez de tener un buen descanso nocturno, dormimos en cortos episodios durante el día y la noche. El problema con esto es que dormimos cuando estamos muy despiertos y activos, lo que empeora la calidad del sueño, y estamos despiertos cuando más sueño tenemos, lo que baja nuestro rendimiento.